Un aire húmedo que se pega al cuerpo,
esponja el ánimo agostado,
y despierta en mí sentir,
viejos acordes  de músicas calladas.

Camino con cuidado para no pisar los charcos
sin dejar de mirar el cielo cerrado y gris.

Los árboles han perdido su brillo,
sus hojas chorrean el agua que las empapa y
por sus troncos se desliza hasta el suelo,
formando pequeños charcos.

Bajo el paraguas, camino sin prisas,
dejándome ganar por el ambiente,
que me trae bellos recuerdos de mi infancia,
cuando, en contra del parecer de mi madre,
salía a pasear expresamente para mojarme
y reventar charcos con los pies.

Qué tiempos aquellos en los que
por causa de borrascas profundas,
los trabajadores del campo no podían faenar y
se quedaban en la cocinilla de la casa,
repasando los arreos de las mulas,
los costales y sacos donde echaran
el trigo y la cebada o hacían cordetas
de esparto para atar los haces.  

Es curioso, pero parece que estoy hablando
de sueños o de realidades extrañas,
cuando han sido lo normal
que aconteciera hace unos años atrás.

Parece que con la cibernética
hubiéramos nacido ayer y
no hubiera existido el pasado.