Del evangelio de san Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. SI, Padre, as! te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
RESPUESTA A LA PALABRA
Gracias al Padre y gracias a ti,
Señor venido a menos,
para ser Señor de todos.
Gracias porque tu presencia nos abre
a la presencia del Cristo
como abriste la mente y el corazón
de Teresa y la sacaste de sí
para llevarla hasta Él y, con Él,
a todos los rincones donde poder anidar,
dejando un palomarcico,
en el que el zureo de tu recio amor,
arrobara el alma de aquéllas que te buscaban
como la esposa del Cantar de los Cantares.
Gracias, Señor, de todo corazón,
por la dicha de contarte entre nosotros,
como el Esposo que desposara
a la Abulense inquieta y buscadora,
para dárnosla de nuevo
desde la quietud y el encuentro,
convertida en maestra de vida y experiencia.
Lejos de alejarla de nosotros,
la metes en nuestro vida,
para que escuchando su decir
entendamos el tuyo.
Es en ella, y a través de ella,
donde encontramos las coordenadas
sobre las que discurre nuestra relación contigo.
Cuantas veces no diría a sus hermanas
que Tú eres aquél que en todo momento se da,
se entrega, se comunica y
capacita al hombre para ser hombre,
porque alguien que no sepa amar no será nadie.
Insiste en tu realidad donosa,
nada excluyente, fiel a sí misma.
Ella nos lleva a creer verdaderamente
que somos amados por Ti,
para así poderte amar,
a pesar de nuestro trasfondo oscuro.
Gracias, Señor, ya que por ella
el misterio de tu presencia clarea en nosotros.
“Es amigo verdadero”, decía,
y volvía a repetir:
“que nunca dejas de querer si se te quiere”,
“que no dejas nada por hacer con los que amas”,
“Nunca te cansas de dar,
ni se pueden agotar tus misericordias”.
Razón de más para no perder jamás
la confianza en tu hacer,
aunque tardemos en darnos cuenta de la pérdida
que supone nuestra falta de colaboración contigo.
Dice a sus monjas, abriéndolas a la esperanza:
“Pues si a cosa tan ruin como yo
tanto tiempo sufrió el Señor.. .
¿qué persona, por malo que sea, podrá temer?
Porque por mucho que lo sea,
no lo será tantos años,
después de haber recibido tantas mercedes del Señor.
¿Ni quien podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió?
E insiste una vez más, para invitarlas a perseverar:
“Acuérdense de sus palabras y
miren lo que ha hecho conmigo,
que primero me cansé de ofenderle
que su Majestad dejó de perdonarme”.
Y concluye: Nunca se cansa de dar, ni se
pueden agotar sus misericordias.”
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