La vida reposa en mi interior,
pero mis ojos retenidos no pueden verla.
Prisionero de la razón, debo saltar al vacío
para encontrarme con todo lo que no soy,
con la Verdad que me precede y
con la realidad en la que navego
rumbo a un espacio infinito,
lugar que añoro porque de él procedo.
La realidad la encuentro en los límites de mí,
con ella comparto la existencia y
gozo con la verdad profunda que nos une.
Imposible amar fuera de la relación personal,
con los otros y con las cosas,
con el mundo y en el mundo que camino,
hasta que alcance la verdad última que nos asiste.
Camino a un infinito sorprendente.
Las sendas que se me han dado a recorrer
están vestidas de maravillas incontables,
bañadas por una luz indecible,
por unas formas divinizadas.
La luna, el sol, la tierra…,
todo, está en mis adentros,
de los que nace el deseo de plenitud,
la querencia de nuestro Dios amado,
la llamada a caminar más lejos.
Con su canto, mi Autillo viene a decirme
que el afán de la flor es el fruto
una vez que se marchita,
y como la gacela debo buscar husmeando
toda realidad que se me ofrezca.
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