Con frecuencia lamentamos el ámbito
de nuestros “movimientos”
en estos tiempos de prueba
por los que pasa nuestra historia.
Tal vez quedamos “detenidos”
porque no se da eso que aguardábamos y
nuestras ilusiones quedan a mitad
de camino o harto frustradas.

Estas horas son severas, en efecto,
la torpeza se descubre por todas partes y
sufrimos situaciones de hostilidad y de ahogo…

Entonces, ¿ qué pasa?
La vida, nuestro camino,
no puede depender, nunca depende,
de circunstancias o
de condicionamientos exteriores o
de caprichosos.
“Aceptar lo inaceptable”
puede aparecer como una fórmula quizá feliz,
pero que no resuelve lo que más nos mortifica.
Es heroico, desde luego, pero no convence
en los momentos más extremos…

La respuesta puede hallarse
en una convicción firme:
“nuestra vida no está ni consiste
en lo que aparece y se manifiesta”.
Hemos de aprender que estamos más allá
y que los gritos que perturban
no nos pertenecen ni nos alcanzan.
La “obra” del enemigo es gritar bien fuerte
para convencernos de que nuestro mal
está cerca… Pero está muy lejos.

Todo “eso” que indigna es ajeno.
Porque infinitamente más real
es la obra de Dios en nosotros,
en suma: Su Presencia.
Y no depende Dios
de comportamientos más o menos
sofisticados
que tantas veces nos tientan y nos “atan”
por creerlos estúpidamente nuestros.
Decimos: “Padre Nuestro”.
Yo no soy mi Padre,
sí soy en Él, lo que es muy diferente

Meditemos acerca del ámbito y
de la intimidad verdadera de nuestra vida…