He bajado hasta ti, hasta tu propia herida,
al seno de ti mismo, a lo más profundo,
y ahí, dentro de tu propio ser,
te tiendo mi mano desclavada.
Déjate curar en mis heridas

Yo he querido gustar toda tu situación personal:
tus miedos, tus huidas,
tu silencio y tu soledad. Hasta tu muerte.
No quiero decirte ninguna palabra mágica,
sólo te saludo: “La paz contigo”

No te impongo mi presencia,
ninguno de los míos me ha reconocido
en el primer encuentro y nadie me ha visto resucitar,
pero deseo enseñarte mis manos y,
y te las ofrezco, mostrarte mis pies y,
sobre todo a ti en concreto, mi intimidad de amigo,
mi corazón y la huella de mi costado abierto.
Ven, no te asustes.

Ahora ya sé todo,
y hasta donde puede sufrir un hombre.
Ahora no hace falta que me expliques nada,
te comprendo; por eso me presento a ti
un poco de puntillas,
sin hace ruido en las puertas de entrar.
No quiero molestarte en tu camino
un tanto decepcionado,
pero, por si acaso deseas invitarme, paso junto a ti.
Ven, llora si quieres; o duda.
No te importe contarme tus creencias insatisfechas .
Sólo te pido que no te encierres en ti mismo.
Yo he roto toda atadura y he abierto todo sepulcro.

Si tú supieras como me veo yo mismo en ti
Cuando tú me vas diciendo:
¿por qué mi cansancio y la experiencia de abandono?
¿por qué la tristeza de no sentir cerca a los que tanto quiero?

Ven, ven; pon tu mano en mi mano.
Ven, mete tus dedos en mi costado.
No te digo nada, únicamente te llamo por tu nombre y
me quedo contigo para siempre,
sabiendo de tu herida por la mía ya transfigurada