Nicolás Steinhdt comenta
en su “Diario de la felicidad”
que Condorcet no concebía
el progreso sin la investigación
de las experiencias pasadas y
la relación con la historia.
Ortega, el erudito español,
se expresa así:
El progreso no puede llevarse a cabo
si no se sabe lo que ha sucedido
en el pasado,
para no caer en los mismos viejos
errores.
Por ejemplo:
si Guizot volviera al mundo,
debería encontrar intactas y
sin cambios las nociones
primeras del espíritu humano,
los dispositivos básicos de la civilización y
los principios de la moral.

Todo esto tiene un carácter
estático y permanente.
No forma parte del devenir.
Una vez hallados, una vez establecidos,
estos principios se conservan.
El progreso consiste en su mantenimiento
y también en su transformación
en reglas aún más estáticas,
indiscutibles y absolutas.

El progreso no avanza a tientas,
sino por la línea trazada,
que va más lejos y siempre
en la misma dirección. 

¡Y no tenemos que jugar
con las palabras!
Por ejemplo, la camaradería
es sólo para gente, muy como Dios manda,
e implica un gran progreso moral.
Pero ellos dicen camaradería y
entienden desenfreno.
El desenfreno existe
desde que el mundo es mundo y
no constituye ninguna novedad
ni ningún progreso.
Sin embargo,
la camaradería es una noción progresista.