Vivimos en el mundo moderno
con todos los peligros que ello supone.
¿Quién puede predecir el futuro?
Bastaría con pulsar un botón
para que se produjese la destrucción
hasta lo inconcebible.
El hombre tiene en sus manos un poder y
unos conocimientos apabullantes.
Se dice que ha llegado a la mayoría de edad,
pero debemos reconocer
que nuestro crecimiento espiritual
no va al unísono con el incremento
de nuestros conocimientos y
el poder que ello supone.
Deberíamos reconocer
que todo aumento de conocimiento
exige un aumento de responsabilidad y
un tener en cuenta a los demás,
como hermanos que somos,
a la vez que un olvido de sí.
Todos y cada uno debe aprender a amar.
Si queremos combatir el mal en el mundo
hemos de comenzar por erradicar el mal
(el pecado) que anida en nuestro corazón.
La madurez humana supone
la capacidad de amar,
de salir de uno mismo,
de estar libres para dedicarse
a ejercer el amor.
Y eso nunca es natural,
sólo puede conseguirse
con la gracia de Dios y
un esfuerzo inmenso.
Necesitamos de la oración
para mantenernos expuesto
a ese fuego del Espíritu
que renueva el corazón de quien lo acoge.
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