.Quería saber de sí, buscando en sus adentros.

Ignoraba que no se pertenecía
que su vida estaba anudada a un todo,
cuya procedencia venía del Buen Dios
que en su amor la llamara a la existencia,
cuándo se descubrió como la luz,
que se percibe en un pentagrama de los colores.

Su autillo, acostumbrado a la noche, vino a decirle
que el hombre no existe sino en el movimiento
que le abre a la luz, a la vida.

Más allá de este movimiento no es más
que un fragmento nocturno de este mundo que pasa,
que no puede encontrarse sino naciendo en la luz
en esas largas y tranquilas horas,
en las que el rumor de las fuentes llenan el silencio
con su canto;
y aunque no se las vea, si se oyen,
el que tiene sed se acerca, llevado por su necesidad,
dejándose guiar por su murmullo.

El misterioso corazón de la persona
se mueve en la noche como el ciervo herido,
que busca aún sin ver dónde dejara perdido el suyo.

Grandeza trágica la del ser humano llamado
a integrar los contrarios. Libertad y
dependencia