Del evangelio de san Lucas 21, 5-11
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. »
RESPUESTA A LA PALABRA
Lo más fácil de ver es aquello
que sale a nuestro encuentro
portando un sello de belleza.
Se mira, se sopesa la verdad que contiene,
el valor real, y el añadido que nace
de la admiración que produce
en aquel que lo contempla.
Era normal que la majestuosidad de aquellas piedras
despertara una alabanza gozosa,
no sólo por su belleza,
sino también por lo que representaban para ellos.
Pero Jesús, sin dejar de sentir como ellos,
les propone una mirada más profunda,
un ver la realidad más allá
de la apariencia que pasa.
Todo lo que es mediación y signo
pasará, para dar lugar a la realidad única y eterna,
que está concebida en nosotros,
pero que no se expresará plenamente
hasta el final de “éste mundo”.
La intención de Jesús no es producir temor
en los que le escuchan,
sino apercibirles de la condición perecedera
de este mundo material,
a la vez que de la esperanza gozosa
de un mañana determinado y determinante,
de una tierra nueva y unos cielos nuevos,
en los que el hombre alcance
la plenitud perdida en su primera hora y
que no ha dejado de presentir y desear
en ningún momento de su historia.
Sus palabras invitan a ver la realidad
desde la otra orilla.
No niega el desafío de la violencia y la muerte
en el que se verá envuelto este mundo que pasa,
pero otorga la centralidad de su palabra
al anuncio de la presencia del Reino de Dios
entre nosotros,
aunque su consumación todavía tarde en llegar.
“Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones,
no tengáis pánico.
Porque eso tiene que ocurrir primero,
pero el final no vendrá en seguida”.
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