Lectura: Jeremías 33, 14-16

“Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

El profeta Jeremías, en medio de una situación penosa
para el pueblo en el exilio,
le dirige la palabra de Dios, diciéndole:

Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”.

Dios no se ha olvidado de su Pueblo.
Dios cumple sus promesas.
Y, su promesa es restaurar el corazón del hombre
herido por el pecado
que le lleva a erigirse por encima de todos y de todo
con las consecuencias ya sabidas de divisiones a todos los niveles.

Estos días podemos percibir que el ambiente
se prepara para algo importante.
Muchas calles se visten de colores.
Los centros comerciales se llenan de reclamos publicitarios.
Las gentes se disponen para la celebración de un “evento”.

¿Pero de qué se trata?

Para muchos, que han perdido la memoria de su origen,
no pasa de ser una fiesta más en medio del invierno,
del disfrute de unos días de ocio y consumo
en un marco festivo,
en el que la familia y los amigos todavía tienen un puesto y
la “solidaridad” aflora como antídoto de la desmesura
del consumo injustificado de estos días.

Pero, en realidad, para los cristianos el motivo es uno solo:
motivo enraizado en la fe del “Dios-con-nosotros”.

Volvemos a leer el oráculo de Jeremías:

“Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”.

El futuro del hombre hipotecado por el pecado,
que lo deshumaniza, ha llegado a su fin.
Dios se adentra en nuestro mundo,
asume nuestra condición humana y
facilita nuestra vuelta a ser verdaderamente humanos.
Restablece nuestra imagen divina y
nos invita a ser semejantes a su Hijo.

Dios viniendo. Dios presente 

El Adviento cristiano es una ocasión para despertar,
de nuevo en nosotros, el sentido verdadero de la espera,
volviendo al corazón de nuestra fe,
que es el misterio de Cristo,
el Mesías esperado durante siglos y que nace en la pobreza de Belén.
Y para llegar a él, para acogerlo,
como el orante del salmo 24 suplicamos:

“A ti, Señor, levanto mi alma.”
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”.
 

Escuchamos también a san Pablo,
advirtiendo a los cristianos de la primera generación.

“En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos:
habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios;
pues proceded así y seguid adelante.
Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús”.

En el evangelio de Lucas, el Señor nos advierte: 

“Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida…
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.”

Está claro que el Adviento que iniciamos
quiere ser ese tiempo de preparación sencillo y serio,
más allá de los ambientes lúdicos que nos agobian.
Qué el Señor nos marque el camino que debemos seguir.