Isaías 25,6-10ª
Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.”
RESPUESTA A LA PALABRA
Decir de Isaías a un pueblo constreñido
que espera ser liberado
de las consecuencias de un mundo cerrado
sobre sí mismo
que confina al hombre al aquí y ahora
limitando su capacidad de amar,
su deseo de una vida mayor.
Aquel día se dirá:
Por fin, el velo que nos impedía ver
ha sido arrancado,
el paño que nos ocultaba a la vista de los demás
ha desaparecido.
¡Bendita esperanza!
Que nos sostiene y anima
hasta alcanzar al Amor de todo amor.
Al fin vemos quienes somos,
percibimos el horizonte despejado
y, en él, el para qué de nuestras vidas,
porque nuestro Señor
no sólo cura nuestras múltiples heridas y
nos consuela de nuestros pasos errados,
sino que aniquila el origen del sin vivir
que nos arrastra a la muerte.
Bien está que lo celebremos,
más aún cuando es Él quien nos invita
cuando es Él quien se nos da en comida.
Bendito sea nuestro Dios que es dándose.
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