De la primera carta de san Juan 2,22-28
Queridos hermanos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.
Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas -y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permanecéis en él. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.
RESPUESTA A LA PALABRA
Vuelve san Juan a insistir en la necesidad de reconocer,
frente a los gnósticos que lo niegan,
que Jesús es el Hijo de Dios.
Para éstos era imposible que Dios hubiera tomado
para sí la naturaleza humana.
Sin embargo, esta doctrina
que falsea la verdad más íntima del Señor,
es desarticulada por san Juan, desde su experiencia creyente.
De tres modos argumenta san Juan.
Primero se pregunta:
-¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Y se responde:
- “el que niega al Padre y al Hijo.
Después afirma:
-“Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre.”
Para terminar expresando la consecuencia
de acoger a Jesús como el Ungido de Dios.
Nadie llega a la comunión con el Padre
si no es por la comunión con el Hijo:
- “Quien confiesa al Hijo posee también al Padre.”
La insistencia de san Juan nace de la situación
por la que atraviesa la comunidad cristiana en esos momentos,
por el ataque desde dentro que sufre
al tergiversar la verdad fundamental en la que se asienta.
La vida cristiana no se sostiene en una teoría,
sino en la presencia de una persona,
que no es otra que Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios.
Fuera de Él, la comunidad cristiana carece de consistencia.
Sin fundamento, no existe la finalidad.
El hombre que ha acogido a Jesucristo,
ha sido ungido por su Espíritu,
y éste le preserva de la mentira.
El Espíritu nos mantiene en la Verdad,
no adquirida por razonamientos imposibles,
sino por el amor donado de quien nos llama
a ser verdaderos hijos de Dios en Él.
Don que nos entraña en el Padre y no asegura su misma Vida.
Escribe san Juan:
“Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas -y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permanecéis en él.”
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