Del profeta Jeremías 17,5-10

Así dice el Señor: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Acostumbrados como estamos a vivir en la indefinición
y en al ambigüedad, encontrarse con un texto como el de Jeremías
nos resulta poco menos que exagerado.

¿Realmente sólo hay dos opciones posibles para el hombre?.
En realidad, con todas las matizaciones que queramos,
o subimos o bajamos. Al final, terminamos afirmando o negando.

Jeremías no hace sino proponer algo que está
en el fondo de nuestro corazón.
El hombre es libre para elegir desde dónde
se posiciona frente a la vida.

Desde sí mismo, y nada más que desde sus posibilidades,
o desde Dios, en el que se apoya y encuentra el sentido último de su vida.

No hace teoría sobre estas dos formas de elección,
o mejor dicho, de los dos tipos de hombre en los que se dan.
Simplemente, describe la realidad misma de ellos desde dos símiles.
El árbol plantado en la estepa no crece del mismo modo
que el árbol plantado en la ribera de un río.

El impío, según Jeremías, no es alguien que directamente
haga el mal, sino el que confía sólo en sí mismo,
en las obras nacidas de la soberbia humana,
y se aleja interiormente de Dios.

Éste hombre se asemeja al árbol cuyas raíces
no encuentran los nutrientes que le ayuden a desarrollar
todas las virtualidades que Dios ha depositado en su corazón.
Su actitud carente de amor, no le llevará a considerar
a los demás como hermanos,
puesto que él mismo decide qué es el hombre,
y por lo tanto, su mundo relacional.

Mientras tanto, el hombre de Dios hunde sus raíces
en una tierra de nutrientes ricos, que el hacen crecer
y dar frutos abundantes, no para sí mismo,
sino para los que se acercan a él.

Termina Jeremías con una nueva sentencia,
que explica el por qué de las decisiones que tomamos:

“Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá?”.

En realidad lo que lleva al hombre a decidir,
es su planteamiento interior, lo que hay en su corazón.
La experiencia nos dice que el hombre que ha puesto
su corazón en el Señor, y se percibe amado por Él,
lleva en su corazón la semilla del amor,
que le abre a los demás, y sobre todo,
le sitúa en el camino de la vida eterna