Marte de la octava de Pascua
Del evangelio de san Juan 20,11-13
Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntaron:
“Mujer, ¿por qué lloras?. Ella les contesta:
“Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”
RESPUESTA A LA PALABRA
Tanto había amado que todo su ser era llanto.
Sus lágrimas de amor fluían lentas quemando sus mejillas
y rodaban hasta mojar la tierra
donde había reposado el cuerpo de Jesús.
María no se atrevía a mirar al cielo,
ni a buscar en otro sitio a su Señor
que allí donde lo dejara la tarde de su muerte.
El amor es ciego y a la vez obstinado.
A María no le importan los dos seres de luz.
Quiere saber por qué se han llevado a su Señor,
luz de su vida.
El amor genera amor y Jesús responderá
colmando sus lagrimas,
como aquel día en casa de Simón,
cuando María le ungió y supo que su vida
ya no tendría otro sentido que seguir amando.
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