Miércoles de la octava de Pascua

Del evangelio de san Lucas 24,30-31

Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Abrir los ojos cuando se tiene
secuestrado el corazón
por el dolor y la desesperanza,
es un milagro que solo puede venir
de quien reverdece el amor lastimado
y devuelve la vida abandonada.

Un desconocido a quien conocen,
una mesa presidida por el pan de todos,
un gesto inmortalizado en la noche del amor,
es suficiente para recrear la vida
de aquellos hombres
que con la esperanza malherida
regresan del pasado
con el corazón necesitado
de un presente sin ocaso.