Del evangelio de san Lucas 9, 46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mi; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro. »
RESPUESTA A LA PALABRA
Los discípulos de Jesús,
inmersos como estaban en la cultura de su tiempo,
tuvieron que verse sorprendidos por sus palabras
que, como otras veces, rompían con todo un orden establecido
desde una bases injustas,
que otorgaba y negaba derechos a las personas
según un criterio parcial.
¿Cómo se atreve Jesús a identificarse con un niño,
hasta decir que quien acoge a uno de ellos
lo está acogiendo a Él y al mismo Dios?.
Jesús, una vez más, resulta imprevisible y demoledor.
Cuando, en su época, los niños representaban
el nivel más bajo de la escala social,
desprotegidos y sin derechos,
Él afirma que son los más importantes.
Bueno es fijarnos en ello,
porque veinte siglos después,
y a pesar de todos los avances sociales,
se dan situaciones parecidas.
Los niños, entonces no eran nada,
puesto que no conocían la ley.
Podían ser maltratados y aún vendidos
si eran abandonados por sus padres.
Solamente eran sujetos de derecho
después de cumplir los doce años.
Viendo esto podemos pensar que una cultura así
es irrepetible una vez superada,
y sin embargo no es cierto.
Desde el momento que los hombres legislan
sin más referencia en que su criterio y
deciden sobre los derechos de la persona,
ellos mismos determinan quienes son sujetos
de derecho y quienes no.
Por desgracia, esto es lo que pasa en nuestros días
con el “supuesto derecho a abortar”.
Si nos parece una barbaridad negar los derechos a un niño
hasta los doce años,
situándolos en lo más bajo de la escala social,
aún es más fuerte querer determinar
el plazo del derecho a la vida,
cosa que para muchos es considerado
como un avance más de la sociedad.
Una ley de plazos que regule el derecho de la madre a abortar es,
antes que nada y sin entrar en cuestiones morales,
un retroceso de la sociedad. No faltan referencias para darnos cuenta
de la regresión en la que pretenden instalarnos.
Por ejemplo, en el siglo I antes de Jesucristo
nos encontramos con textos como el siguiente:
Hilarión, un trabajador emigrante,
escribe a su esposa embarazada Alis,
que había quedado en el hogar,
y le dice sin más:
“Quiero que sepas que aún estamos en Alejandría…
te suplico que cuides muy bien de ti, y
tan pronto como reciba mi paga te la mandaré.
Si nace un niño déjalo vivir;
pero si es una niña arrójala fuera”
(Papyrus Oxyrhynchus 744 ).
Parece como si no hubieran pasado los siglos y
el don de la vida siguiera siendo una propiedad
de la que cualquiera puede disponer de ella sin más.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que los derechos
inherentes de cada persona
son previos a cualquier legislación?.
Es contradictorio proclamar pomposamente
los derechos de las personas,
cuando se conculca el más elemental de los mismos,
el derecho a la vida.
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