Del evangelio de san Marcos 7,1-13
Los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?” Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.”
Y añadió: “Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición. Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte”; en cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os trasmitís; y como éstas hacéis muchas.”
RESPUESTA A LA PALABRA
Con qué sencillez desbarata Jesús
los argumentos sin sustancia de los hombres.
Las tradiciones y costumbres no son realidades absolutas.
Sólo el amor gratuito que procede de Dios y que,
arraigado en el corazón del hombre,
termina en el hermano, es digno de mantenerse siempre.
¿A cuántas cosas nos entregamos inútilmente
perdiendo nuestra condición primera de hombres libres,
amantes de la verdad y de la vida?
Hechos para amar, por amarnos estúpidamente
justificamos la mentira,
obramos la injusticia y damos muerte al amor.
Puede parecer exagerado, pero sin embargo,
nos empeñamos en mantener planteamientos injustificables,
propios de hipócritas manipuladores de la realidad.
Jesús aprovecha la pregunta que le formulan los fariseos,
no sólo para desmontar unas costumbres
que nada tienen que ver con la verdad de Dios y
con la relación que debe darse entre Él y los hombres,
sino sobre todo, para que nos demos cuenta
de la verdad que hay en nuestro corazón.
Quizá nos debamos parar también nosotros,
y sopesar nuestras conversaciones,
nuestros interrogantes concretos,
para ver qué se esconde detrás de nuestras palabras,
porque “de la abundancia del corazón habla la boca”
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