En mi casa hay soledad.
luz de penumbra,
amor velado.

Cuando los ojos
se cierran
el silencio invade
esa parte
de la casa con
vistas a la nada.

La boca del corazón
se abre y gusta
el soplo
del Amor sin nombre,
depositado por el mismo

Sin forma, sin medida,
liviano, imperceptible y,
sin embargo,
de un sabor a
dulce desconocido,
suave, penetrante,
desplaza todo gusto
por las cosas.

Los ídolos,
forjados tenazmente,
los diluye.

Goza entonces,
sin causa  aparente,
el dueño de la casa habitada,
hasta que en su empeño
por hacerlo suyo,
tratando de guardarlo
en su memoria,
se le escapa.

Incapaz
de transfundirlo
a su savia
como sustrato vital
le queda rumiar su presencia
a la espera de que vuelva.