Dispuse mi voluntad
como me enseñaran de niño en mi casa.
No te perteneces , me decían.
Has sido llamado a la vida
con un proyecto
pensado por otros para ti.
Tu vida está aparejada a una misión.
Mi respuesta no esperó
a que se definiera en mí
un proyecto determinado.
Acepté como providente aquel augurio.

-“Lo que quieras y como quieras, te dije Señor”.

Ahora, cuando me piden algo,
pienso que ya he contestado de antemano.

Mis manos se encuentran abiertas y  hacia abajo.
Nada hay en ellas.
Soy como un árbol
en el que el verano floreciente
madurase  con premura su fruto y
ahora levanta sus ramas al azul del cielo
desnudas de flores y frutos.

Un pensamiento a lomos de mi sangre
galopa flagelando mi memoria.
¿Te acordarás cuando me encuentre contigo
que no fueron la pereza y la desidia
las que me llevaron a no ser ave de presa.
¿Descansaré mis ojos en los tuyos
sin que tenga que justificar
el porqué en mis manos
no encuentras flores
ni tienen fuerza para permanecer cerradas
como las de un niño que termina de nacer?