Han dorado las espigas.
La siega es inminente.
Quedarán los rastrojos protegiendo el suelo y
dejándolo descansar hasta la próxima sementera..
Los atardeceres son inmensos.
Cielo y tierra se dan la mano
fundiéndose en un abrazo prolongado
mientras se pone el sol.
No preciso viajar para descubrir
la belleza que la naturaleza encierra.
Allá a donde dirijo la mirada
encuentro motivos para bendecir la heredad
que me ha concedido nuestro Buen Dios.
¡Qué más oro puedo desear
que el de las cebadas me ofrecen gratuitamente!.
¡Qué brisa más suave me puede envolver
que la de la caída de la tarde mientras el sol
traspone la serrezuela.
¡Qué música puede despertar mi corazón
que la que acompaña al vientecillo
después de peinar
las copas de los grandes árboles del camino.
Todo es belleza sin fin.
La bondad de Dios se ha transfundido a las cosas
cantando sin palabras un cántico de alabanza.
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