Un regalo inesperado.
Mi amigo me invita a descansar
esta tarde en la dehesa
a la que han vuelto las cigüeñas
dispuestas a rehacer sus nidos.
La vida se despeja para ellas.

Caminamos en silencio hasta el arroyo.

Multitud de flores amarillas
salpican los pastos verdes.

Se espera una buena primavera
El tiempo puede traernos momentos malos
pero al final se torna bonancible.

Mira con que limpieza corre el arroyo.

Asiento con los ojos y sonrío.
Doy gracias al Buen Dios de la Vida.
En mi corazón se elevan las palabras
de Juan de la Cruz y las hago mías:

Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

Pasado un momento y
como no contestara a mi amigo
éste me dice:
No sucede así en nuestra sociedad
en la que las aguas de nuestros días
vienen atropelladas y
demasiado fangosas para ser bebidas.

Mucha es la sed de algunos y
nula la saciedad
de su ansiedad profunda.
Me pregunto a veces
cuántas lágrimas secas
no deberán caer
hasta que despunte un nuevo día .

Me sobrecoge el decir de mi amigo.

¿Qué responderle cuando yo también
soy mordido por esta misma realidad?

Las muchas luces
creadas por el hombre
nos han enceguecido
impidiéndonos ver el horizonte.

¿Hacia dónde corre el hombre de hoy y
qué es lo que desea?

Al fin me atrevo a decir una palabra:
Atravesaremos este desapacible tiempo.

Dejémonos acompañar
por quienes ya vadearon tiempos recios.
Juan de la Cruz eligió beber agua viva y
aún en la noche así lo hizo.

 Testigo de un mundo en ebullición

confiesa:
“Qué bien sé yo la fonte que mana y corre
aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche”.

También nosotros lo sabemos.