La prueba irrefutable
de que estamos cerca de Cristo es la felicidad.
La persona que es intolerante
o irascible, o está agitado,
malhumorado o apesadumbrado,
no es cristiano por muy virtuoso que sea.

El hombre de virtud inflexible
no sabe, ni puede decir “Dulce Jesús” y
toda la dimensión de la dulzura
le es ajena o inaccesible.
Se olvida que el yugo es suave y
la carga ligera.

Sólo el estado de felicidad
demuestra que pertenecemos al Señor.
El virtuoso enfadado
no es el amigo del Redentor,
sino que ansía al diablo.
El asceta malhumorado
no es auténtico cristiano.