Contemplemos en silencio ese árbol,
ese roble maravillo
que está delante, en nuestro camino.
El día es radiante, pleno de luz, de sol.
Y el cielo, azul intenso,
nos convida, nos seduce y
atrae nuestra mirada…
Robles, acacias, algunos pinos
se levantan hacia el cielo y
lo señalan con vigor,
siempre en silencio.
Pero esas ramas, esas hojas,
no tocan el cielo.
Apenas llegan a una altura
que alegra nuestros sentidos.
¿Por qué las ramas no alcanzan el cielo?
Es curioso que nos detengamos
a observar y a meditar acerca de ello.
Y seguimos interrogándonos:
-¿por qué no llegan al cielo?
La respuesta surge inmediata:
Son las RAÍCES
las que ya están en el cielo.
Esta es la paradoja
que tanto nos enseña en nuestra vida
Este es el secreto que cada uno lleva dentro
y que no se resuelve con textos,
reflexiones personales, ni en reuniones.
Como la fuente y el origen virginal
se alcanzan en el corazón,
en la hondura, en el silencio primero…
No encontraremos la respuesta
en especulaciones vanas
ni en consideraciones infinitas.
Aceptar la realidad es de sensatos.
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