Volvemos del río, la tarde es clara.
El sol va de caída.
Las hojas de los árboles
son mecidas por un vientecillo
cálido
que nos llega del oeste.
No tenemos prisa
por llegar al monasterio,
hay tiempo hasta que
el toque de la campana
anuncie el rezo de Vísperas. 

El Hermano Andrés
con su voz pausada
continúa adiestrándome
en la sencillez, en la humildad,
en no pretender dominar
nada ni a nadie ,

en cómo escuchar la voz
de las cosas
que se hacen unas con nosotros.
Me insiste en que no debemos
esperar saberlo todo, y me dice:

“La memoria viva del ‘inocente’
habla de tierra santificada,
habla de sol sin ocaso,
habla de colores que no palidecen,
habla del hombre que no se marchita…”

llegados al monasterio,
él se marca a sus dependencias
para prepararse para a oración y
yo me dirijo directamente a la capilla