Pasan los días, los meses y los años,
y algo no cambia en mis adentro.
Ese deseo de vivir una plenitud
que en el hacer y el tener,
incluso en la relación con los demás,
nunca he encontrado.

Ante este sentimiento las viejas respuesta
no las considero suficientes.
El mundo y mi vida se me presentan
como una infinita pregunta
sin respuesta lógica,
lo que me lleva a adentrarme
en la naturaleza
que existe porque el Señor la ha llamado
y no se pregunta,
sino que se da en la medida
que ella misma es don Dios.
San Agustín lo expresa certeramente
cuando dice:

 “Nos has hecho Señor, para ti y
nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en ti”.

En realidad nuestro anhelo  
es el del “Paraíso perdido”
del que nos encontramos muy lejos
y para el que nacimos,
por ello lo atisbamos y recrece
más aún en nosotros el deseo por él.