Tiempo recio para avizorar el amor sin adjetivos
en un mundo estandarizado, en el que la persona
juega sus intereses en regates cortos
solapados en la indiferencia de los otros.

Todo ello en un zoco bullicioso,
pleno de sensaciones epidérmicas
donde la soledad se torna enfermedad y
acalla la vida desechada
de quienes carecen de importancia
para el mundo.

Pero la verdad profunda
devenida del amor real,
del amor sencillo,
del amor sin adjetivos
saca al hombre del vacío anonimato
al que fuera confinado
como animal de consumo

Vive el hombre que se niega a morir
sin haber amado más allá del sentir lenitivo
de esas migajas concertadas por los grandes.

No hay silencio en el silencio de quien vive,
ni negritud en la noche del que ama.

Germina  la semilla de la verdad
en la callada noche,
como un inefable despertar de aurora
acariciadora y envolvente.

Florece con dolor paciente,
en nuestra silente oscuridad,
en la soledad de todo,
en el silencio locuaz de quien la vive
en la noche abierta de aquellos que la acogen
en su quietud poblada de esperanza.

No es para tenerle miedo,
si el eco luminoso del Ausente
recorre y recrece la vida ya iniciada

Lección admirable será, para nosotros,
si aprendemos del rastro silencioso
que nos dejaron  aquellos que nos precedieron
y cuyo amor resuena como címbalo sagrado

Invitación sencilla a desprendernos
del postureo que nos acompaña,
a dejar, como decía san Juan de la Cruz,
todo cuidado entre las azucenas olvidado,
porque en cada instante de la vida
un renacer inefable nos espera
en el hontanar viviente del amor.