(Dedicado a mi amigo Alberto)

Ante la presencia del Señor en el Sagrario,
sin más testigos que los dos,
un portillo en mi corazón se abre
y algo de mí se escapa,
o algo de Él se cuela en mis adentro.

Los interrogantes que ayer sufriera
han desaparecido.
El rumor de su presencia
besa mis adentros.

Hilos de luz tejen mi noche,
urdimbre de una vida teñida
por la fuerza blanca de un deseo,
que crece cada vez que
el Ausente me visita.

Sin sentir ni consentir sé algo,
que el decir no sabe
y es inútil si lo intenta.
La vida, sin parirla, se me ha dado.
Solo Él es.