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Quien empezara
a vadear
en el río de las cosas
gozándose
sencillamente
del esplendor
de una vida regalada
percibió
en sus adentros
el deseo de “un más”
y fue arrastrado
hasta el piélago
de donde nacía
su deseo.
Profundidad
en la que hacer pie
le era imposible y
sólo contemplarla
le producía vértigo.
Deseo abisal
el de su corazón
que anulara
los múltiples deseos
que tuviera
hasta entonces.
Una fuerza
irresistible
le hacía ir
infinitamente
más allá
de sí mismo.
Herido por el amor
perdió su centro
su seguridad
su vida.
La oquedad de su ser
las cavernas del alma
demandaban
un amor desmedido
nada menos
que un exceso infinito.
El rodar de una voz
sin timbre le decía:
Tu corazón
no se llenará
con menos de infinito.