Del evangelio de san Lucas 9, 57-62
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro le dijo: “Sígueme”. Él respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”: Le contestó: “Deja que los muertos entierren a los muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que echa mano del arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”.
RESPUESTA A LA PALABRA
Celebramos hoy uno de los más hermosos frutos del Carmelo.
La fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, la gran santa de Lisieux,
a la que hoy recuerda toda la Iglesia.
Que ella nos ayude a encontrar esa palabra sencilla
que toque nuestro corazón
y nos lleve al encuentro con el Señor de la Palabra.
San Lucas nos ofrece un texto en el que la llamada de Jesús,
al seguimiento,
se convierte en llamada para la misión.
Resalta, a la vez, la dificultad existente en la persona
para responder con prontitud y absolutez.
Nuestra tendencia es a guardarnos del amor
de Aquel que puede desajustar nuestra vida
ofreciéndonos una vida mayor.
Parecemos diseñados para amarnos y amar según nuestra medida,
de modo que, también con Dios, pretendemos que así sea.
Lo describe muy bien el “pero”
que acompaña a la respuesta que damos al Señor:
“Te seguiré, pero”.
En el fondo, lo que denota es la falta de libertad interior.
Las ataduras y dependencias que dominan en nosotros
nos impiden contemplar el Amor que sale a nuestro encuentro
y, con Él, la forma de vida pensada por Dios,
para que alcancemos la más ajustada felicidad.
En tanto en que no seamos libres,
o queramos serlo de verdad,
no estaremos en disposición de dejarlo todo para seguir a Jesús
como nuestro único Señor.
La llamada del Señor no prende
si no hay pasión en quien la recibe.
Sólo por amor se puede abandonar o romper todo
lo que cierre el camino del mismo.
Santa Teresa del Niño Jesús es un ejemplo de ello.
Siendo niña y deseando seguir al Señor en el Carmelo de Lisieux,
anuncia a su padre el deseo entrar en él.
El padre acepta, pero resulta que, en el convento,
no admiten niñas de su edad.
No desiste.
Aprovechando la peregrinación que hizo con su padre a Roma,
se atreverá a decirle al Papa León XIII:
“Santo Padre, como regalo de su jubileo o Bodas de Oro sacerdotales,
concédame la gracia de entrar de hermana carmelita a los 15 años”.
El Papa emocionado le responde:
“Entrarás, si esa es la voluntad de Dios”.
Ya en el monasterio y buscando cómo responder con más prontitud
y claridad a la voluntad del Señor, su amado, confesará:
“Buscaba en la Sagrada Escritura cuál sería el mejor método para agradar a Dios, hasta que al fin descubrí en la segunda carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 13: Si yo no tengo amor, nada soy, y descubrí que mi oficio en la Iglesia era el amor: amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma y sobre todas las cosas, y amar al prójimo como uno se ama a sí mismo. Y mi Camino será el de la Infancia Espiritual; ser siempre como un niño necesitado, ante mi Padre Dios”
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