¿Comienzo de un tiempo nuevo, o
novedad añadida al tiempo de siempre?
Desde nuestros ancestros
más remotos,
nos llegan los ecos de una historia
de dolores compartidos y
de esperanza imbatibles.
Historia de un desamor,
de muertes del padre,
de luchas fratricidas,
de búsqueda empedernida
de un “yo” sin Dios,
que cierra el camino de la libertad
hacia los que demencialmente
ignoramos o
los hacemos escabel
de nuestros egoísmos.
Historia de un amor truncado
por la histeria del hombre
que quiere ser único
frente a todo y a todos,
dueño de su nada y
artífice de un presente sin futuro.
Pobre diablo,
que pretende ser como Dios sin Él
y desconoce que Dios rico en amor
por nada le retirará su imagen.
Historia de un amor
que no ha tocado a su fin.
Amor imperecedero,
acuñado por el beneplácito de Dios
que sobrevuela los caminos
enceguecidos en el hombre por el “Malo”,
negador de la vida y
mentiroso por vocación.
Amor que convoca a amar
restañando la libertad herida,
restaurando la voluntad quebrada.
Adviento, puerta, camino, horizonte
que viene con aromas de urgencia,
despertando deseos de mayor vida.
¿Quién no espera más de lo que tiene y
estira sus deseos más allá de lo que es?
¿Podemos ser tan necios
como para rechazar a Aquel
que trae con su venida los bienes esperados,
haciéndose para nosotros lugar de encuentro
de todos los caminos, en los que la vida y el amor se juntan?
No necesitamos ser super-hombres
para ser hombres de verdad.
La medida para dejar de ser hombres-empequeñecidos
la encontramos en el Hombre que vino y viene,
que es y será
la Puerta, el Camino y el Lugar de Encuentro definitivo.
Los grandes testigos del Antiguo Israel
nos han legado las señas de identidad
de un Pueblo pecador y creyente,
cuyos deseos más profundos
le mantuvieron siempre en camino y
sus esperanzas fundadas en el amor
de quien los amó primero,
se vieron realizadas con creces.
Ellos fueron capaces de ver más allá
de la inmediatez de los acontecimientos y
del corazón embarrado del hombre,
el único designio de Dios amoroso
que inexorablemente se debería cumplir.
Ellos son para nosotros los iconos de la esperanza
que nos pueden sacar de nuestros prisiones y
lanzarnos confiadamente al encuentro de Aquel
que espera impaciente que le acojamos.
Bueno es que al contemplarlos les pidamos
que nos ayuden a discernir en nuestros días,
desde nuestra situación concreta,
el camino verdadero que nos lleve al encuentro con Dios.
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