Del primer libro de Samuel 1,24-28
En aquellos días, cuando Ana hubo destetado a Samuel, subió con él al templo del Señor, de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. El niño era aún muy pequeño. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo: “Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.” Después se postraron ante el Señor.

 

RESPUESTA A LA PALABRA
Ana, mujer de palabra, cumple.
Su vida estéril, puesta en manos de su Señor,
se convirtió en fecunda dicha.
El hijo imposible que le negaban sus entrañas,
es ahora el hijo de la gracia, y como tal debe vivir.
Lo que de Dios procede, de Dios es,
aunque nos sea dado gratuitamente.
Por la misma regla, el don de Dios recibido
se convierte en don logrado,
cuando a su vez se dona,
reintegrándolo otra vez a la dinámica
de una vida inabarcable
que encierra a todos  en el mismo amor.
Las lágrimas derramadas con dolor
por el hijo inexistente,
ahora vuelven a brotar como lágrimas de ternura
por el hijo que se entrega.
Hombre de Dios, por tu vida, que soy la misma mujer
que estuvo aquí implorando la suerte del no engendrado,
y al que yo amaba,
y al que Dios contemplaba en su designio de amor.
Tú, pensaste aquel día, que estaba borracha
y que deliraba en mi dolor.
Y acertaste en lo segundo.
Mi dolor sacó de mis adentros fuerza
para clamar a Dios en mi pobreza.
Sólo Él podía escucharme como me escuchó.
Sólo Él podía darme lo que mis entrañas me negaban.
Y fui escuchada,
y mis entrañas florecieron,
y su fruto maduro aquí lo traigo
y lo entrego graciosamente a su Hacedor.
Nada quería para mí, sino dar respuesta
a la vida escondida que espera ver la luz,
y que sin el autor de la Luz permanece mortecina y
enclaustrada, a la espera del milagro de la gracia.
El Señor, que todo lo sabe, me concedió mi petición.
Ahora, soy yo la que antes de que me lo pida,
se lo entrego, para que a través de él su designio de amor se cumpla.
Dicho esto, no me queda más que adorar a mi Señor,
que cuida del pobre y se sirve de él para continuar su obra.