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Su cuerpecillo
abatido
abre paso
a la belleza
anidada
en su corazón.

De sus nadas
se escapa
como una luz
de plata
que desconcierta
a quienes
lo contemplan
con el corazón
cerrado.

No hay en él
nada ajeno
al amor.

No hay crepúsculo
en su vida.

Amaneceres
en medio de la noche
son sus horas
derramadas
en la espesura
de su hacer
y padecer
ajeno siempre
al querer
depredador
de los demás.

Amaneceres
en los que despide
al Amigo
a la vez que éste
se ausenta
en medio de una luz
reflejo de otra luz
que habita en el él.