Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.
Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

 

RESPUESTA A LA PALABRA
Hacemos nuestro el deseo y la súplica de san Pablo
por los cristianos de Éfeso.
Que el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.
Los textos sagrados nos acercan a la comprensión
del por qué el Hijo de Dios se ha hecho hombre
y en consecuencia, qué ha acontecido en nosotros.
Necesitamos que el Señor nos abra a la realidad
de su presencia en nosotros,
para comprender y valorar los que recibimos.
San Juan nos dice que el Hijo único de Dios,
nacido hombre de la Virgen María,
nos da la posibilidad de llegar a ser hijos adoptivos de Dios.
Cierto que no tenemos su naturaleza divina,
pero participamos de ella de una manera profunda si lo acogemos.
Leemos:
“Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”
El por qué de la Encarnación no está sólo en decirnos quien es Dios,
sino quienes somos nosotros,
desde el momento en el que lo acogemos como uno de nosotros.
San Pablo bendice a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
porque nos ha bendecido en su Hijo.
Dios nos ha predestinado a ser hijos en su Hijo.
“Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”
“Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya”
Cuando esta verdad la hacemos nuestra,
cambian muchas cosas en nuestro vivir diario.
Vemos la vida de manera diferente,
los demás dejan de ser seres anónimos,
el horizonte se ensancha
y la alegría de vivir es otra
que la que nos da la seguridad en las cosas.