Del evangelio de san Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”…
… Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
RESPUESTA A LA PALABRA
La fiesta de la Epifanía abre la Navidad a todos los pueblos.
Con el acontecimiento de la Encarnación,
muerte y resurrección del Señor,
dirá después san Pablo,
ya no hay ni judío ni griego, ya no hay diferencia
entre el pueblo elegido y las demás naciones.
Los Magos son los primeros paganos en encontrar al Señor.
Con ellos, el designio de Dios avanza hasta culminar en la cruz,
dónde, curiosamente, otro pagano
le confesará como el “Hijo de Dios”.
Los Magos son hombres cabales que buscan la verdad.
Buscan la luz que viene de Dios, del Rey de los judíos.
La actitud primera de estos hombres no puede menos que admirarnos.
No vacilan en dejar su tierra, como Abrahán,
con tal de lograr sus deseos.
¿Qué sabían en realidad de Aquel a quien buscaban?
¿No era una osadía el hipotecar sus vidas ya instaladas,
persiguiendo una realidad desconocida para ellos?.
Su deseos por conocer a Aquel que vaticinaba la estrella nacida,
les llevaron hasta el lugar de la Verdad.
San Mateo se preocupa de señalarnos el proceso, nada fácil,
que debieron hacer hasta poder adorar al Señor.
De igual modo, nos presenta las actitudes de aquéllos
que deberían saber de aquel niño nacido cerca de ellos,
y que sin embargo lo ignoran,
y una vez que lo saben, tratan de eliminarlo
por el peligro que supone su presencia.
Se cumple lo que dice san Juan en su evangelio:
“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”.
Los sacerdotes y escribas saben por las Escrituras Santas
que el Mesías nacería en
“Belén de Judá, como está escrito por el profeta”.
Pero viven tan de espaldas a esta realidad,
que no son capaces ni siquiera de comprobar
si es cierto que el gran deseo,
por el que suspira el Pueblo, se ha cumplido.
La actitud de Herodes llega hasta el colmo del desprecio.
No le interesa otra cosa que acabar con el Niño que ha nacido,
porque puede poner en peligro su estatus.
Si contemplamos estas actitudes en nosotros,
quizá descubramos que no somos ajenos a las mismas.
¿Quién puede decir que, en algún momento de su vida,
no ha estado tentado a prescindir de Dios,
por considerar que su presencia le impedía vivir según sus deseos?
¿Cuántas personas no consideran a Dios como enemigo a abatir?.
La raíz de esta actitud la encontramos en nuestro amor propio,
en nuestro egoísmo, en nuestras ambiciones humanas,
en nuestras tendencias pasionales…
en ese afán de autodeterminación que se siente amenazado
por un amor que le supera.
Sin llegar a querer eliminar a Dios radicalmente de nuestra vida,
no es difícil caer en la tentación de instalarse en la indiferencia,
de vivir y actuar como si Él no existiese,
creándonos una moral de mínimos,
para justificar nuestro desamor a Él,
sin darnos cuenta que el blindaje de la conciencia
supone la muerte de la misma.
Deberíamos contemplar, sobre todo,
la actitud de los Magos.
Su ejemplo nos gratifica, nos devuelve a lo mejor
que hay en nosotros:
El deseo de la Verdad de Dios y
de su amor empedernido por nosotros.
- Fueron hombres que supieron leer en los acontecimientos el designio de Dios.
- Se dejaron seducir por su llamada.
- Abandonaron la vida trillada y segura.
- Confiaron alcanzar lo que aún no conocían.
- Se dejaron guiar, no por su subjetividad, sino por la luz que les llegaba de fuera.
- No se dieron por vencidos cuando perdieron la referencia primera.
- Indagaron, preguntaron, y llegaron por fin a adorar a Dios nacido en carne.
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