Del libro del Génesis 17, 13-9

En aquellos días, Abrahán cayó de bruces, y Dios le dijo: – «Mira, éste es mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino que te llamarás Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como pacto perpetuo. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Díos.» Dios añadió a Abrahán: -«Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

En los albores de la historia de Israel,
cuando se está pergeñando el entramado
de las relaciones de Dios con  su Pueblo,
la experiencia vital de Abrahán anticipa
la de todos los creyentes,
que acogen la irrupción de Dios en sus vidas y
entrelazan su hacer con el suyo.

El concepto de Dios lejano y trascendente
que existe fuera del ámbito de lo humano,
y si se acerca a él es para determinarlo,
queda superado desde la experiencia religiosa de Abrahán.

Con él se inaugura una nueva manera de entender
la vida del hombre y su devenir en la historia.
Dios, en su designio de amor,
se compromete con el hombre,
con una fidelidad que éste desconoce,
y que deberá aprender a lo largo de su fatigosos y
errado caminar.

La relación establecida rompe los esquemas
de una dependencia servil.
Dios entra en la vida de Abrahán “dándose”.
Su amor antecede a la promesa y
lleva al hombre a percibirse como un tú personal ante Él.

Dice el autor del relato del Génesis
que Abrahán cayó de bruces ante Dios.
Y en esa actitud de adoración y escucha,
pudo oír en su corazón el “designio de amor”
que Dios tiene para todos los hombres.

Él no se considera sino el comienzo de la historia
de una humanidad amada.
La promesa nos alcanza a todos nosotros,
porque “su fidelidad es perpetua” y
pasa de una generación a otra sin mengua alguna,
a pesar de nuestras infidelidades.

El amor de Dios, que no se quiebra,
pide la correspondencia del nuestro y
así en la estela de los grandes creyentes
caminamos siempre en la fidelidad de su promesa.

“Mantendré mi pacto contigo y con tu descendencia
en futuras generaciones, como pacto perpetuo.
Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros”.

Maravilloso.