Pensando en mi amigo que rastrea desde su infancia y vive misteriosamente ese encuentro inefable con su Señor.
Demos gracias porque:
“el pensar y el sentir del corazón del Señor se ha infiltrado en nuestro corazón mundano.”
“Tomad y comed…esto es mi Cuerpo”
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Los Doce convocados por su Señor se reúnen en la sala grande de la casa de un amigo. ¿Eliezer? Da lo mismo. El clima de amistad lo embarga todo y el sentimiento contenido está a punto de aflorar.
Las nieblas matinales que envuelven sus mentes confusas por la intensidad vivida durante estos días comienzan a diluirse en la luz azul de la tarde.
Las celosías de las ventanas son atravesadas por los últimos rayos de sol que lentamente desciende al otro lado de Jerusalén.
Sólo Jesús sabe que ha llegado la Hora en la que todo se precipite y se consuma el para qué de su vida a nosotros.
La exclusa de su corazón revienta y su sentir como el agua corre libre a raudales inundando el corazón de sus discípulos.
De sorpresa en sorpresa. Las palabras y gestos de Jesús caen sobre el ánima de los amigos abriendo más y más el cauce de comunión por donde correrá desde ahora su amor desmedido.
Si grande es el misterio del amor crucificado ¿Cómo entender el misterio de la cruz convertida en mesa y el cuerpo y la sangre del crucificado en pan y en vino para el hombre? Después de hablar del Padre y hablar de ellos al Padre. Aun no ha despejado el camino de la Noche.
El Señor tomó un poco de pan en sus manos santas y se lo ofreció a todos diciendo:
“Tomad comed, esto es mi Cuerpo”
Después tomando una copa con vino se la entregó a la par que les decía:
“Tomad y bebed todos de ella porque esta es la sangre de la nueva alianza que se derrama graciosamente por todos.”
No hay lógica humana que lo entienda. Sólo el amor del sencillo cuyo corazón el mundo no ha pervertido es capaz de dejarse invadir por el torbellino amoroso de un Dios loco por nosotros.
Antes Dios estaba fuera de nosotros sujeto a la nostalgia del día primero hasta que dio el paso hacia nosotros y se hizo uno de nosotros.
Llegada la Hora el paso es irreversible. Quiere estar en nosotros. Identificarse con cada uno de nosotros. Asumir nuestra sangre y hacer que su sangre corra por la nuestra.
¿Es mucho decir que ha querido ser y se ha hecho concorpóreo con aquel que le recibe?
El ropaje de carne con la que se había revestido se transe de luz y se torna vida para el hombre.
Su sangre viva como savia nueva se transfunde por el cuerpo de muerte de quien le acoge vivificando y encendiendo luces donde antes crecían nadas oscuras.
¡Que distinto es el hombre cuando su carne terrosa asimila la carne divinizada y prende en ella el amor del cielo!
¡Que ligera y que caliente se torna para amar la sangre de quien en vida recibe la sangre viva de su Dios enamorado.
¡Que equivocados estábamos cuando clamábamos: “Venga a nosotros tu Reino” pensando en algo maravilloso ajeno de nosotros mismos!
El Reino de Dios es Él mismo en nosotros mismos.
El Reino anunciado hundido en la noche esperaba la Hora en la que abierto el portillo del corazón redimido y alargada la mano para comerlo se adentrara en los adentros del afortunado para siempre.
El corazón de carne se ha convertido en soplo vivo del Espíritu y el espíritu del hombre mortecino invadido por su vida se ha despertado a un amor indecible y eterno.
Ya nada podrá ser lo mismo que antes. Una nueva forma de vida se ha inaugurado. El pensar y el sentir del corazón del Señor se ha infiltrado en nuestro corazón mundano.
Dejamos abierta la reflexión. ¿A dónde nos lleva aceptar vivir dentro de este torbellino de amor?
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