De la carta a los Gálatas 5,16-25

Hermanos: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, compresión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marcharemos tras el Espíritu.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Pentecostés es el triunfo del Misterio Pascual.
Jesús, muerto y resucitado, exaltado a la derecha del Padre,
envía al Espíritu Santo para que culmine su obra
llevándonos al conocimiento pleno de la verdad y
dándonos la fuerza de la gracia,
para que vivamos de Él y le testifiquemos siempre
y en toda situación.

Hablar del Espíritu Santo no es fácil,
si no hablamos de su hacer.
Podemos recordar el refrán que dice:

“Por los frutos los conoceréis”.

El Espíritu Santo, Don del Padre y del Hijo,
es conocido por su actuación en nosotros.

Pedro, que durante la pasión del Señor se vio
agarrado por el miedo hasta negar que le conociera,
después de recibir al Espíritu en Pentecostés,
toma la palabra en medio de una multitud y, con valor y audacia,
da testimonio de la muerte y resurrección de Jesús
sin miedo a jugarse la vida.

Es el Espíritu Santo el que ha hecho posible
que la fe cristiana se extendiera por todas partes,
a pesar de las dificultades y persecuciones,
a veces hasta el martirio,
que han sufrido los creyentes de todas las generaciones.

Sólo desde la guía del Espíritu Santo
podemos llegar a la verdad plena.
A la verdad de Dios y a lo que en verdad somos cada uno de nosotros.

San Pablo nos dice que el Espíritu,
no sólo nos guía en la fe en cuanto a conocimiento se refiere,
sino también en “nuestro camino”,
en “nuestro comportamiento”, en “nuestro proceder”.

Pablo declara a los Gálatas la contradicción
en la que vivimos los seguidores del Señor.
La vida personal del cristiano es altamente conflictiva.

En nuestro interior se debaten dos tendencias,
dos principios que se hacen la guerra entre sí:
la carne (entendida como el hombre viejo), y el Espíritu.

La carne representa al hombre egoísta,
cerrado sobre sí mismo,
que no busca sino satisfacer sus necesidades básicas sin más.
San Pablo les dice a los Gálatas:

“La carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais”.

No podemos vivir al mismo tiempo todos nuestros impulsos,
todas nuestras tendencias.
No podemos vivir a la vez de una manera egoísta y
sentir la alegría de la generosidad.

¿Cómo superar entonces este desgarro interior?

Podemos, si elegimos la ayuda del Espíritu.
Si el Espíritu vive en nosotros y
nos dejamos conducir por Él,
entonces superaremos la necesidad de seguir los deseos de la carne,
los deseos del hombre embrutecido y viejo,
siendo nuestras obras las del hombre nuevo,
renovado a imagen del Señor.

San Pablo enumera las obras del hombre viejo,
del hombre que sigue ciegamente sus impulsos,
así como los frutos del hombre nuevo, renovado por el Espíritu.
Del primero dice:

“Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo”.

Este modo de vivir se aleja de lo verdaderamente humano,
porque rompe no sólo la unidad con los demás,
por la carga de injusticia y desamor que engendra,
sino también porque produce una ruptura interior
en la persona que así vive,
induciéndole a la tristeza y a la frustración de lo mejor de sí misma.

De los segundos apunta que:

“el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz…

y aquellas virtudes que ennoblecen y realizan plenamente
a quien vive desde Él.

Para terminar diciendo:

“Si vivimos por el Espíritu, marcharemos tras el Espíritu”