Del evangelio de san Mateo 11, 25-2

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

La acción de gracias de Jesús a su Padre
es motivo suficiente para que nos sintamos felices
los sencillos,
los que dejando la infancia hace años,
no dejamos de asombrarnos
ante el amor que nos precede
y sale a nuestro encuentro inmerecidamente.

Somos tremendamente afortunados
porque nuestro conocimiento no se agota
en lo que nos descubren los sentidos,
como les sucede a los materialistas,
que sólo dan importancia real
a lo que pueden medir y pesar.

Tampoco nos quedamos encerrados
en el conocimiento que nos aporta la razón.
Nuestro saber se eleva por encima
de las verdades comprensibles.
Verdades a la medida de una razón instrumental.

Somos tremendamente afortunados
porque tenemos un saber que no procede de la tierra,
un conocer que nos llega de fuera y
que nos viene dado por el Señor.

Somos tremendamente afortunados
porque no sólo sabemos de la posibilidad
de la existencia de Dios,
sino que Jesús, el Señor,
nos ha dado a conocer el misterio mismo de Dios.

Por Él conocemos su proximidad.
En Él vivimos, nos movemos y existimos.
Él se ha hecho Prójimo nuestro
para desvelarnos el don de la paternidad,
para decirnos que, antes que abriéramos los ojos
a este mundo ya estábamos en su corazón,
y para que no temamos cuando los cerremos,
pues estará, como el Buen Padre,
esperando para abrazarnos definitivamente.

Gracias Señor Jesús, porque siendo Tú el fiel Hijo de Dios,
no sólo nos has revelado su paternidad,
sino que al hacerte nuestro hermano
nos has hecho sus hijos.