Del libro de los Números 24, 2-7.15-17ª
Balaán hombre a sueldo
de Balac rey de Moab
comprado para maldecir
la heredad de Dios
termina por bendecirla
tres veces.
Un ángel liberó sus ojos
para que viera
más allá de lo mandado.
La verdad
que en el designio amoroso
de Dios
se podía contemplar
desde siempre.
El hombre
no es sujeto de maldición
ni está hecho para maldecir.
Decir mal de alguien
mal-decir
desear el mal a otro
es necedad que envenena.
Bendecir
Decir-bien de los demás
supone ser buen nacido y
haber escuchado a Dios
pronunciar tu nombre
con la ternura
que sólo los padres conocen.
Balaán
llamado para maldecir
bendice
porque sus ojos
no pueden contemplar
otra cosa
que la belleza de un pueblo
balbuciente todavía y
del que nacerá
el Hombre más “Hermoso”
llamado para bendecirnos a todos
para decir bien de nosotros
al Padre de la ternura
que no se cansa de esperar
que mirándole
con los ojos de su mismo Hijo
le llamemos “Abba”
le digamos “Padre”.
Si la maldición
nos hunde en el infierno
donde la verdad y
el bien no caben y
la belleza no tiene sitio
la bendición
nos eleva para ver
con los mejores ojos
la belleza ya existente
en la verdad que nos rodea.
Qué bellas
las tiendas de Jacob y
las moradas de Israel.
Qué hermosas las vidas
de los hijos de Dios.
Son como vegas dilatadas
como jardines junto al río
como áloes olorosos
que plantó el Señor
con sumo esmero.
Como cedros
junto a la corriente
que no se agostan
en tiempo de sequía
como agua que fluye
en el desierto.
Como agua que multiplica
la simiente
como amor que devuelve
la armonía perdida
el día de la primera maldición.
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