De la carta de san Pablo a los Filipenses 2,6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
RESPUESTA A LA PALABRA.
Nos adentramos en el misterio del amor-entregado,
del misterio del amor loco de Dios, que se deja atrapar
por el mal del hombre
para reventarlo desde dentro y darle muerte.
Por eso, adentrarse en el misterio del amor
es penetrar en el misterio de la cruz,
donde la vida muere para acabar con la muerte.
La cruz nos revela de modo inefable el modo de ser de Dios.
Dietrich Bonhoeffer dijo:
“Todas las religiones esperan un Dios poderoso. La fe nos trae un Dios crucificado.”
San Pablo añade:
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