De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,23-26):

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

RESPUESTA A LA PALABRA

 

“Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”.

 Estas palabras, que pronunció Jesús en la Última Cena,
se repiten cada vez que se renueva el sacrificio eucarístico y
que los evangelios y san Pablo nos han transmitido.

Hoy, solemnidad del Corpus Christi,
estas palabras resuenan con una singular fuerza evocadora y
nos trasladan al Cenáculo,
nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando,
al celebrar la Pascua con los suyos,
el Señor, misteriosamente,
anticipó el sacrificio que se consumaría el día después sobre la cruz.
La institución de la Eucaristía se nos presenta de este modo
como anticipación y aceptación por parte de Jesús de su muerte.

Escribe san Efrén de Siria:

“Durante la cena, Jesús se inmoló así mismo; en la cruz Él fue inmolado por los otros
(Cf. Himno sobre la crucifixión 3,1).

Nuestra presencia en esta celebración
muestra que nuestra comunidad,
caracterizada por una pluralidad de edades y situaciones diversas,
Dios la constituye como a “su” Pueblo,
como el único Cuerpo de Cristo,
gracias a nuestra sincera participación en la doble mesa
de la Palabra y de la Eucaristía.

Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos,
recibimos la misión de ser “el alma” de nuestra sociedad,
fermento de renovación,
pan “partido” para todos,
sobre todo para quienes viven situaciones de malestar,
de pobreza, de sufrimiento físico y espiritual.

La Eucaristía nos convierte en testigos de su amor.

Sólo de la unión con Jesús podemos obtener
esa fecundidad espiritual que es generadora de vida
en medio de una sociedad que la desprecia. 

Recuerda san León Magno que

“nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo
sólo tiende a volvernos en aquello que recibimos”

  • ¡Ser Eucaristía!
    Don para los demás
    Entrega sin retorno a los otros.

Y, san Juan María Vianney, conocedor de la condición humana,
no dejaba de decir a sus parroquianos:

“Venid a la comunión…
Es verdad que no sois dignos de ella, pero la necesitáis”

Hoy, nosotros decimos al Señor:

¡Quédate con nosotros Jesús,
entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta
para la vida eterna!
Libera a este mundo del veneno del mal,
de la violencia y del odio
que contamina las conciencias,
purifícalo con la potencia de tu amor misericordioso.
Y tú, María, que has sido mujer “eucarística”
durante toda tu vida,
ayúdanos a caminar unidos hacia la meta celestial,
alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
pan de vida eterna y remedio de la inmortalidad divina ¡Amén