Del evangelio de san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo de un celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Las palabras de Jesús confirman su presencia en nosotro
y nos recuerdan nuestra propia realidad interior.
Somos luz porque el Señor es la Luz.

San Juan, al comienzo de su evangelio, escribe:

“La Palabra que estaba junto a Dios… La Palabra que era Dios…era la Luz verdadera  que alumbra a todo hombre…”

Cristo, luz que alumbra a todo hombre,
vence las tinieblas que invaden nuestro corazón,
debidas al Malo que se empeña en arrancarnos de sus manos.

Cuando el hombre, liberado de las sombras del mal,
vive en la luz de su Señor,
se torna luz para los otros y pueden pasar dos cosas.

Cuando alguien apuesta por la verdad
en medio de un mundo de mentira,

hace el bien inmerecidamente y perdona al enemigo,
se convierte en un extraño,
cuya presencia ilumina la realidad,
molestando, aun sin querer,
a quienes viven atrapados por el Mentiroso
y sus obras a la larga son destructivas.

Si esta misma persona se mueve en medio de gente
que busca y desea el bien y la verdad,
se constituye para ellas en un referente
para seguir buscando, hasta que se encuentren con Dios.

El amigo del Señor, que se deja iluminar por Él,
ilumina la realidad viva de los otros,
más allá de la circunstancias de cada cual.
Aunque no lo pretenda, será camino para que otros vean.

Pero el amigo de Jesús, convertido en luz,
es una persona humilde.

Sabe que su luz no es propia y que si quiere seguir siéndolo
debe estar expuesto a la Luz verdadera.

El amigo del Señor se parece a la luna,
luz para la noche,
que sin ser luz ilumina las tinieblas,
siempre y cuando nada se interponga entre ella y el sol.