Del evangelio de san Lucas 9, 18-24
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.” Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios.” Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” Y, dirigiéndose a todos, dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.”
RESPUESTA A LA PALABRA
El episodio que san Lucas nos narra en su evangelio
va más allá de la declaración de Pedro,
reconociendo a Jesús como el “Mesías esperado”.
Jesús aprovecha esta circunstancia para educarlos
en el camino del seguimiento.
Las palabras de Jesús aportan una gran luz,
adentrándonos en el misterio del amor que él mismo debe consumar
y del que nosotros vamos a participar.
El camino de la auténtica felicidad no es el del triunfo mundano,
cortoplacista e impuesto.
El camino de la felicidad pasa por vencer el mal en el mundo,
desde el amor personal,
que vence en primera instancia el amor propio, la prepotencia y la vanagloria.
Es curioso ver cómo en el mismo momento en el que Pedro confiesa
que Jesús es el Mesías esperado, Éste les impone silencio.
“Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie”.
La razón es muy sencilla. No quiere que piensen en un triunfo fácil,
que crean que ha venido a imponer, con una fuerza extraordinaria,
un nuevo sistema social y político que les beneficie.
Él ha venido para que todos los hombres lleguen a descubrir
la verdad del amor y se salven.
Y el amor, en la situación de pecado en la que vive el hombre,
no se abre camino por la fuerza,
sino por la entrega servicial hasta la muerte.
Jesús lo dice explícitamente:
“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.”
La suerte de Jesús es dolorosa,
aunque el final esperado sea el triunfo sobre el mal y la muerte.
También, para quienes le seguimos, la suerte es semejante.
Y lo advierte con claridad:
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.”
El camino que debemos seguir, uncidos a la suerte de Jesús,
es el camino del amor,
y eso significa luchar contra el egoísmo y
entregarnos generosamente a los demás.
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