Cuando escribo estas letras, pienso, principalmente, en la Virgen, y en ella os contemplo a vosotros para quienes escribo.
El saludo del ángel a María resuene en vuestro corazón. “El Señor está contigo”. Seguro que está. Que también, nosotros, estemos con él.
La Fiesta de hoy nos pone delante de nuestros ojos el misterio de su virginidad, misterio de inocencia absoluta, que reconcilia a la humanidad con la creación, antes del pecado.
María, la siempre Virgen, la Inmaculada, la Mujer a la que mira toda la humanidad. Todas las generaciones que le antecedieron, miraban el futuro y esperaban su presencia, porque de ella tenía que nacer el Salvador; y todas las generaciones posteriores, hasta nosotros, la miramos porque creemos que de ella nació Jesús, el Cristo, el Redentor.
No me diréis que no es para dar gracias a Dios por ella, la llena de Gracia, la siempre Fiel, la Virgen Madre que siempre nos acompaña.
Os invito a que os suméis con todo el corazón a agradecer a Dios que se fijara en ella y agradecerle a ella que se dejara amar por Dios, porque de este amor nos nació el Salvador.
Una cosa más; mejor dos preguntas que muy bien nos podría hacer la Virgen: ¿Agradecéis, de verdad, a Dios nuestro Padre que se haya fijado en vosotros con un amor eterno, como se fijó en mí? ¿Os dejáis amar como yo y con vuestras vidas hacéis presente a Jesús, mi Hijo y vuestro hermano?
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