Del profeta Isaías 45,6-25

“Yo soy el Señor y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia; yo, el Señor, lo he creado.”

Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: “Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: “Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua”; dirán: “Sólo el Señor tiene la justicia y el poder”. A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.”

 

No les deis vuestro corazón

Cierto que Israel, mi Pueblo,
no reconoce mi camino,
no tiene en cuenta mi promesa.
Se ha olvidado de Mí.
No reconoce mis obras.
Camina a la deriva,
y en la oscuridad del destierro,
aguarda una palabra de luz
con la que ver de nuevo su futuro.

La dinastía de David se ha hecho indigna
de conservar las promesas.
Pero Yo, su Dios, soy fiel a mi palabra.
Suscitaré de entre los pequeños de mi Pueblo
a Otro que acogerá mi designio de amor,
y me servirá, entregando su vida a sus hermanos.

Frente a la desidia con la que os arrastráis,
yo, vuestro Dios, no puedo sino desear
que los tiempos se cumplan,
que los tiempos se adelanten
y encontréis pronto el camino de vuelta.

¡Cómo deseo que así se haga!.

Provoco el advenimiento del Autor de la paz.
Yo mismo, como en el día primero,
pido al cielo que destile su rocío
para que suavice la aridez de vuestra tierra,
la resequez de vuestro corazón.
Que las nubes lluevan al Justo,
y os devuelvan a la Verdad y al Amor.
Que la tierra se abra y de ella germine
el Bien de todo bien,
vencedor de la fealdad del pecado,
y de vuestras muertes parciales
que os entristecen y asustan.

“Yo soy el Señor, y no hay otro.
Vuestros ídolos de carne son flor de un día,
si prolongan su presencia entre vosotros
os esclavizan.
No les deis vuestro corazón.
Fuera de mí no hay otro Dios que libere.
Yo soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.

Juro por mi nombre
que llegará el día en que volváis.
Saldréis de vosotros mismos,
y yo estaré esperando.
Vendréis avergonzados,
y Yo os consolaré,
porque mi justicia se llama misericordia.