Del profeta Isaías 7,10-14

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: “Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.” Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor.” Entonces dijo Dios: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.”

 

Tan simple y tan sublime

Fuera del amor
Imposible señal alguna
que abra el corazón a la esperanza,
que pueda vincular
la verdad que anida
en el hondón del abismo
y en lo más alto del cielo.

Imposible abrir definitivamente
al rey de cualquier tiempo
a la verdad,
mientras se encuentre enzarzado
en consolidar por la fuerza su poder.

Como improbable resulta
que en el Templo de piedras doradas
donde cuelgan los hermoso exvotos
de un pueblo acostumbrado a pedir,
cuando grava su corazón la impotencia y
con oraciones sin rostro
cubre la desnudez de su alma,
encuentren eco las palabras del profeta
que pretenden adelantar el cumplimiento
de las promesas de Dios.

Fuera del orden establecido
domeñado y descreído,
en los arrabales en los que muere
el pensamiento único y
cada persona es un rostro y
todo rostro tiene su nombre,
se oye como rodar de trueno lejano
la profecía del hombre de Dios
y una Mujer, toda respuesta,
acoge en nombre de todos
la bendición prometida
encarnada
en el siempre Bendito y Esperado.

Allí donde la verdad florece
en medio de la tierra roturada
abierta y receptiva .

En el centro mismo de donde brotan
las sombras y la luz apunta.

En la aurora del tiempo
en la que se percibe callada
la anunciada primavera,
aconteció el prodigio esperado y despreciado
en el marco de una belleza indescriptible,
en la que juega lo humano y lo divino,
dejando sólo ver
el estremecimiento de la Mujer sin mancha
a la que el mensajero hablara
a la hora en las que cantan los jilgueros

Tan simple y tan sublime.

Un patio cerrado
el umbral de la puerta
sombreada por la parra.

Por el muro blanco del fondo
se descuelgan las yedras
que crecen al otro lado de la casa.

Un ciprés acariciado por la brisa
se asoma al cielo.

Silencio.  Luz de tarde.

Junto a la puerta sombreada
una mujer sentada en un banquillo
descansa sobre el regazo sus manos.
Su mirada quieta.

Un sobrecogimiento de contemplación
la embarga.

Su corazón ya es otro.

Una vida de fuego ha comenzado a arder
en los arrabales de la historia.
Zarza ardiente que caldea e ilumina
a quien se deja acariciar por sus llamas.