Del profeta Ezequiel 33,7-9
Así dice el Señor: “A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: “¡Malvado, eres reo de muerte!”, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.”
RESPUESTA A LA PALABRA
Los textos de este domingo, son un aldabonazo
a la responsabilidad personal
de reconducir al hermano a la verdad perdida.
No basta con que vivamos en la verdad,
sino que la llevemos a quienes la han abandonado,
pervirtiendo de este modo el entramado social.
El profeta Ezequiel, desde el exilio,
se ve impelido a denunciar los errores de su Pueblo,
porque ha sido constituido en “atalaya”
desde donde ver con objetividad las actitudes y
comportamientos de sus congéneres.
Ezequiel es consciente de su misión,
de la obligación de hablar con verdad
sobre las realidades equivocadas que les han llevado al exilio.
Los responsables de Israel habían vivido de espaldas a la verdad,
su hablar respondía a los intereses de los importantes y
no al designio de Dios, que quiere el bien de todo su Pueblo.
El profeta sabe que sólo la verdad puede reconducir
a Israel hacia Dios y por tanto, hacia Jerusalén.
Si él no colabora en la proclamación de esta verdad y
corrige el camino equivocado,
será también responsable de lo que suceda al Pueblo.
“Si tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre”
También san Mateo, en su evangelio nos habla
de la necesidad de la “corrección fraterna”.
No podemos olvidar que lo hace en el contexto del perdón,
que debe ser otorgado no sólo una vez o siete,
sino “setenta veces siete”, es decir,
siempre que se pida la misericordia de Dios.
Jesús, después de hablar del perdón,
habla de la corrección que le acompaña.
El perdón no oculta el pecado,
ni exime al pecador de su responsabilidad.
El Señor no nos trata como a niños
que no han llegado a la edad del raciocinio y
carecen de conciencia moral.
Jesús acoge al pecador, le ama y le perdona,
pero no le engaña dejándole en el error que le ha llevado al pecado.
Porque el pecado no surge como un acto casual,
surge porque en la persona que lo comete hay actitudes
erradas, limitadas, debilitadas, que lo posibilitan.
No hay posibilidad de perdón real
sin aceptación de la verdad de uno mismo.
Para que haya perdón hace falta conciencia de pecado y
aceptación del perdón otorgado gratuitamente.
Es curioso ver cómo a Jesús no se le condena porque perdone,
sino porque invita a la conversión,
y pide la vuelta a la verdad, para ser perdonado.
esús dice:
“Tus pecados quedan perdonados. Vete en paz, y no peques más”
La Comunidad cristiana, sin olvidar que la “Comunidad somos todos”,
como continuadora de la misión de Jesús,
tiene obligación de denunciar el pecado y
las consecuencias que se derivan del mismo.
Sacerdotes, padres, educadores, amigos…
estamos en la obligación de decir la verdad y
corregir las actitudes erradas.
Pero el cómo, no deja de ser importante
En el evangelio encontramos dos claves para ello:
Delicadeza y privacidad, para no humillar.
Es preciso no insistir demasiado,
sino hablar en lo momentos esenciales.
La insistencia no lleva a nada práctico.
No está mal que recordemos que:
“No hay comunidad sin verdad, ni hay amor sin corrección”.
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