Del evangelio de san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.” Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Los textos sagrados que hoy
la Iglesia nos ofrece para la contemplación
nos sitúan ante dos mujeres,
cuya generosidad les lleva a dar más allá de un cálculo razonado.

Una de ellas, pagana, auxilia al profeta Elías,
con la comida última que le queda para su hijo y para ella.
La otra, perteneciente al pueblo de Israel,
entrega todo el dinero que tiene.
A las dos les mueve la generosidad que nace de la fe.

Elías, cuando se dirige a la viuda de Sarepta
para que le dé de comer, antes de que coman ella y su hijo,
le pide mucho más que pan,
le está pidiendo que confíe en él y, sobre todo,
en Aquél a quien representa.
No le dice que dándole a él de comer se quedarán sin nada,
sino que confíen en él, que les dará de comer más allá de aquel día.

La mujer demuestra con su hacer, su fe y su generosidad.
Nos enseña a pensar primero en los demás y después en nosotros mismos.

San Marcos nos presenta el momento en el que otra mujer,
viuda y pobre, hace su ofrenda en el Templo.

Para la gente pasa totalmente desapercibida.
No es alguien importante que destaque por su apariencia,
ni por su poder, ni por su dinero.
Tampoco ocupa los primeros puestos en las reuniones litúrgicas.

San Lucas la describe como “pobre viuda” y
Jesús la llama “viuda pobre”,
lo que socialmente en aquellos momentos, era equivalente a no ser nadie.

Pasa desapercibida para la gente, pero no para Jesús.
Jesús no mira las apariencias, sino el corazón.
Aquella mujer, según el comentario de Jesús,
había echado más que todos los demás,
porque en las pocas monedas que echó,
se expropiaba de todo lo que tenía para vivir.

Estos dos ejemplos nos llevan a pensar
cuál es nuestra actitud ante los bienes personales,
a la vez que ante la necesidad de los demás.

Estas dos mujeres no calcularon cuánto tenían,
cuánto necesitaban para ellas y, si les sobraba,
cuánto estaban dispuestas a dar,
realidad que se da en la mayoría de nosotros.

Tampoco pensaron que,
puesto que lo que tenían era muy poco y
no podían solucionar gran cosa,
su generosidad quedaba invalidada.

Los dos razonamientos son propios de nuestro pensar,
pero no del pensar de Dios.

Dios-amor es dándose y el hombre, imagen suya,
llegará a ser verdaderamente hombre cuando se dé sin guardarse nada.

En la práctica, cristiano es aquel que como Cristo se da.
Se da a Dios y se da a los hermanos.