De muchacho me dijeron:
Debes saber que quieres y
hacia donde caminar.

Caminar, cruzar la vida
por la senda justa,
atravesar un bosque
poblado de obstáculos,
a veces impenetrable.
Entra en él con cuidado y
no querer salir
sin tantear el camino.
Tendrás que esforzarte y
prepararte porque
subir al monte no es fácil.
Se les olvidó  decirme
que es mucho más
lo que hay que bajar en realidad
que subir y subir,
cosa imposible por otro lado.

Ese camino
que siempre resulta
desconocido
lo voy atravesando
de la mano de muchos,
que el Señor pone
en mi camino.

También aprendí
entonces
que el tiempo
es importante y
no depende
del cálculo que hagamos.

A lo largo del camino
he ido sabiendo
que gran parte
del trayecto
lo hacemos de noche,
lo que lo hace
más dificultoso,
pues si a la orografía difícil
se suma la oscuridad,
los golpes pueden
abundar y
ser más fuertes.

Gran parte del recorrido
ya lo he hecho y
confieso, sobre todo,
la belleza del mismo.

Los días tintados
de múltiples colores
musicales y
las noches
con el cielo
tachonado de estrellas
han sido
una realidad probada
en mi andar acompasado
por el paso de quienes
me han acompañado.
Abocado estoy ahora
en la recta final
de mi camino
a un mar de luz.