“Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”.
RESPUESTA A LA PALABRA
Los cristianos no celebramos la muerte,
ni tratamos de jugar con ella, desde el momento en el que sabemos que la última palabra está vinculada a la primera, y ésta se llama vida. No es literatura sino realidad.
No negamos lo que de drama tiene la desaparición de alguien a quien amamos, pero nunca lo consideraremos una tragedia porque no es un acontecimiento irreversible.
La muerte no es el final de la vida de la persona, sino el término de “ésta vida”.
La razón la tenemos en Cristo. Nos dice san Pablo que:
“Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”.
El camino seguido por Jesús es nuestro camino, de ahí nuestra esperanza en una vida imperecedera, semejante a la suya.
Tenemos suficientes motivos para afrontar la muerte con dolor y pena, pero a la vez con una esperanza firme porque el amor de Dios nos libera de nuestra finitud y nos llama a compartir su misma vida.
Es Jesús mismo el que, próximo a su muerte, dice a sus discípulos:
“Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre”.
Parece una paradoja que pida a sus discípulos que se alegren por tal motivo. Y sin embargo tiene razón sobrada para ello. Porque Él, el Hijo amado, vuelve al Padre, y no vuelve solo, Él lleva consigo a toda la humanidad, Él vuelve con todos nosotros.
Siguiendo el evangelio de san Juan, encontramos en el discurso de despedida que Jesús dice a sus discípulos:
“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y me voy al Padre”.
También nosotros, si creemos que en el día de nuestro bautismo hemos salido del Padre, pues fuimos hechos “hijos en el Hijo”, cuando terminemos nuestra etapa en esta vida, volveremos con Él
A la luz de la vida, muerte y resurrección de Jesús, descubrimos que la muerte no es un fin, sino que es un comienzo y así lo confesamos en el prefacio de la Misa de difuntos:
“La vida no termina, sino que se transforma”.
No nos debe extrañar que quienes no sólo conocen esta verdad, sino que la viven como una realidad propia -ahí tenemos a los santos que lo atestiguan- afrontan su muerte con suma paz y con la esperanza firme de una vida mejor.
Es famosa la letrilla de Santa Teresa en la que expresa su deseo de compartir pronta la vida con su Señor:
“Sácame de aquesta muerte, mi Dios, y dame la vida; no me tengas impedida en este lazo tan fuerte. Mira que peno por verte, y mi mal es tan entero, que muero porque no muero”
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